jueves, 23 de noviembre de 2017

Émile Zola-Germinal


"Dejó el camino de Vandame, y se adentró en la carretera. A la derecha divisaba Montsou, que descendía para luego perderse. Delante estaban los escombros del Voreux, el agujero maldito que tres bombas achicaban sin descanso. En el horizonte se veían otras fosas, la Victoire, Saint-Thomas, Feutry-Cantel, y, hacia el norte, las torres elevadas de los altos hornos y las baterías de los hornos de coque humeaban en el aire transparente de la mañana. Si no quería perder el tren de las ocho debía darse prisa, pues aún le quedaban seis kilómetros.
Y bajo sus pies, los golpes profundos, los golpes tozudos de los picos continuaban. Todos los compañeros estaban allí, y les oía seguirle a cada paso que daba. ¿No era la Maheude, bajo aquel campo de remolachas, con la columna curvada, y cuyo aliento subía tan ronco acompañado por el zumbido del ventilador? A la izquierda, a la derecha, más lejos, creía reconocer a otros, bajo los trigales, los setos vivos, los árboles jóvenes. Ahora, a cielo abierto, el sol de abril lucía en su gloria, calentando la tierra que alumbraba. Y de las fecundas entrañas de esa tierra brotaba la vida, los brotes estallaban en hojas verdes, los campos se estremecían bajo la hierba que crecía. por todas partes se hinchaban las semillas, se alargaban, agrietaban la llanura, movidas por una necesidad de calor y de luz. Un desbordamiento de savia se deslizaba con voces susurrantes, y el ruido de las semillas se esparcía en un gran beso. Y los compañeros seguían golpeando con sus picos, cada vez más claramente, como si se hubieran acercado al suelo. Era ese rumor, en aquella mañana de juventud, el que fecundaba la tierra. Los hombres empujaban, un ejército negro, vengador, que germinaba lentamente en los surcos, que crecía para las cosechas del siglo futuro, y cuya germinación pronto haría estallar la tierra."
Émile Zola, Germinal. Ediciones B.


lunes, 20 de marzo de 2017

Antonio Machado y el exilio




Stefan Zweigh-Viaje al pasado

"Abandonaron la estación de ferrocarril, pero en cuanto salieron por la puerta sintieron de golpe el rugido de una tempestad que se abatía sobre ellos arreciando con el ruido de los tambores, los agudos silbidos y el fragoroso estruendo de los gritos..., una manifestación patriótica de las uniones de combatientes y estudiantes. Muros que caminaban, escuadras que marchaban unas tras otras en líneas de a cuatro empavesadas con banderas, gentes con atuendos militares que desfilaban marcando el paso como un único hombre, haciendo retumbar el suelo al mismo ritmo, la nuca rígida, echada hacia atrás con enérgica resolución, la boca abierta de par en par para cantar, una voz, un paso, un ritmo. En la primera fila, generales, dignatarios de pelo cano cubiertos de bandas, flanqueados por la juventud que llevaba con atlética firmeza gigantescas banderas tiesas y derechas, haciendo que ondearan al viento calaveras, cruces gamadas, antiguos estandartes imperiales, sacando el pecho, adelantando la frente como si salieran al encuentro de las baterías enemigas. Como si las forzara a avanzar un puño que fuera fijando la cadencia, geométricas, ordenadas, marchaban las masas al compás, guardando exactamente la distancia y manteniendo el paso, tensando todos los nervios, con una mirada amenazante en el rostro, y siempre que una nueva falange -veteranos, jóvenes del pueblo, estudiantes- pasaba por delante de una tribuna elevada donde la percusión de los tambores descargaba golpes de acero sobre un invisible yunque dictando obstinadamente el ritmo, una sacudida recorría la muchedumbre de cabezas que se volvían marcialmente hacia la izquierda girando unánimes la nuca, levantando palpitantes las banderas desplegadas con cordones ante el caudillo del ejército que con rostro de piedra asistía impertérrito a la parada de los civiles. Imberbes, con bozo o desdentados y con arrugas, trabajadores, estudiantes, soldados o muchachos, todos tenían en ese instante el mismo rostro atravesado por una mirada dura, resuelta, airada; la barbilla levantada con obcecación y el gesto invisible de blandir la espada. El ritmo machacón de los tambores acompañaba a las tropas con un incesante fragor doblemente enardecedor por su monotonía, volviendo las espaldas rígidas; los ojos, duros... en la invisible fragua de la guerra, de la venganza, instalada en un lugar apacible contra un cielo recorrido dulcemente por suaves nubes." Stefan Zweigh, Viaje al pasado. Ediciones Acantilado

Vasili Grossman-Vida y Destino

" Mi tiempo... no es nuestro tiempo".
"El tiempo se cuela en el hombre, en el Estado, anida en ellos, y luego el tiempo se va, desaparece, mientras que el hombre, el Estado, permanecerá. El Estado permanece, pero su tiempo ha pasado... Está el hombre, pero su tiempo se ha desvanecido... ¿Dónde está ese tiempo? El hombre todavía piensa, respira y llora, pero su tiempo, el tiempo que le pertenecía a él y sólo a él, ha desaparecido. Pero él permanece.

Nada es más duro que ser hijastro del tiempo. No hay destino más duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo. Aquellos a los que el tiempo no ama se reconocen al instante, en la sección de personal, en los comités regionales del Partido, en las secciones políticas del ejército, en las redacciones, en las calles... El tiempo sólo ama a aquellos que ha engendrado: a sus hijos, a sus héroes, a sus trabajadores. No amará nunca, nunca a los hijos del tiempo pasado, así como las mujeres no aman a los héroes del tiempo pasado, ni las madrastras aman a los hijos ajenos.

Así es el tiempo: todo pasa, sólo él permanece."

[Vasili Grossman, Vida y destino.]