lunes, 20 de marzo de 2017

Stefan Zweigh-Viaje al pasado

"Abandonaron la estación de ferrocarril, pero en cuanto salieron por la puerta sintieron de golpe el rugido de una tempestad que se abatía sobre ellos arreciando con el ruido de los tambores, los agudos silbidos y el fragoroso estruendo de los gritos..., una manifestación patriótica de las uniones de combatientes y estudiantes. Muros que caminaban, escuadras que marchaban unas tras otras en líneas de a cuatro empavesadas con banderas, gentes con atuendos militares que desfilaban marcando el paso como un único hombre, haciendo retumbar el suelo al mismo ritmo, la nuca rígida, echada hacia atrás con enérgica resolución, la boca abierta de par en par para cantar, una voz, un paso, un ritmo. En la primera fila, generales, dignatarios de pelo cano cubiertos de bandas, flanqueados por la juventud que llevaba con atlética firmeza gigantescas banderas tiesas y derechas, haciendo que ondearan al viento calaveras, cruces gamadas, antiguos estandartes imperiales, sacando el pecho, adelantando la frente como si salieran al encuentro de las baterías enemigas. Como si las forzara a avanzar un puño que fuera fijando la cadencia, geométricas, ordenadas, marchaban las masas al compás, guardando exactamente la distancia y manteniendo el paso, tensando todos los nervios, con una mirada amenazante en el rostro, y siempre que una nueva falange -veteranos, jóvenes del pueblo, estudiantes- pasaba por delante de una tribuna elevada donde la percusión de los tambores descargaba golpes de acero sobre un invisible yunque dictando obstinadamente el ritmo, una sacudida recorría la muchedumbre de cabezas que se volvían marcialmente hacia la izquierda girando unánimes la nuca, levantando palpitantes las banderas desplegadas con cordones ante el caudillo del ejército que con rostro de piedra asistía impertérrito a la parada de los civiles. Imberbes, con bozo o desdentados y con arrugas, trabajadores, estudiantes, soldados o muchachos, todos tenían en ese instante el mismo rostro atravesado por una mirada dura, resuelta, airada; la barbilla levantada con obcecación y el gesto invisible de blandir la espada. El ritmo machacón de los tambores acompañaba a las tropas con un incesante fragor doblemente enardecedor por su monotonía, volviendo las espaldas rígidas; los ojos, duros... en la invisible fragua de la guerra, de la venganza, instalada en un lugar apacible contra un cielo recorrido dulcemente por suaves nubes." Stefan Zweigh, Viaje al pasado. Ediciones Acantilado

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